El luchador experto aguanta insultos; conoce la fuerza de su puño, la habilidad de sus golpes. Ante un oponente desprevenido, le basta mirar al fondo de los ojos para vencerlo sin necesidad de llevar la lucha a un plano físico.

A medida que el guerrero aprende con su maestro espiritual, la luz de la fe también brilla en sus ojos, y no precisa probar nada a nadie. No importan los argumentos agresivos del adversario, diciendo que Dios es una superstición, que los milagros son trucos, que creer en Ángeles es huir de la realidad.

Como buen luchador, el Guerrero de la Luz, conoce su inmensa fuerza, pero jamás lucha con quien no merece el honor del combate.

Paulo Coelho

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